El doble eventual
En la literatura fantástica, en Freud, en Borges, en el cine y sus escenas de riesgo, en los organismos de seguridad y sus custodias: hay una larga tradición respecto del tema del doble. A esa extensa serie se agrega ahora el debate suscitado en torno de Luis Miguel: ¿era él o un reemplazante quien se presentó en el Movistar Arena la otra noche?
El asunto se vuelve especialmente perturbador, ya que pantallas y amplificadores de sonido han ido desalojando desde hace tiempo el sentido de la presencia y la experiencia directa, acechando los grandes conciertos con la sombra terrible del holograma y el playback.
El simulacro desplaza la verdad, suple su lógica, ocupa su sitio
Puede que el asunto cobre una significación especial en esta era, según se dice, de “posverdad”. Aunque no se trata en sentido estricto de nada sustancialmente distinto de lo que en 1978 Jean Baudrillard denominó hiperrealidad: la imposibilidad (y aun la innecesariedad) de distinguir simulacros de referentes. El simulacro desplaza la verdad, suple su lógica, ocupa su sitio. Tal vez quepa establecer en el presente una escisión de esta índole: por un lado, aquellos a los que la verdad nos importa (escribir para lectores, hacer política con ideas, respaldar lo que se afirma, etc.); y por el otro, aquellos a los que no (escribir para logaritmos, hacer política con eslóganes, decir cosas porque sí, etc.).
Cuando estoy enamorado (y lo cierto es que siempre lo estoy), frecuento con fruición los boleros de Luis Miguel (entra en mi trip sentimental junto con Roberto Carlos, Nino Bravo, Beto Orlando, Sandro, Chayanne, Javier Solís, Lucho Gatica, Eydie Gormé).
No por eso he pensado nunca en asistir a alguno de los conciertos que suele dar en Argentina, verlo en vivo nunca se me ocurrió. Y ahora, sin embargo, planteado el debate candente de si es él o si no es él, de si se trata del original o de una copia, de si el que canta es Luis Miguel o un impostor, me ha ganado la ansiedad de ir: ir a un concierto de Luis Miguel o eventualmente de un doble. No tanto para verificar la legitimidad del verdadero, tampoco para detectar la probable alternativa de un fraude, sino más bien para someterme, ahí donde en el fondo tanto no importa, a la experiencia radical de una entera incertidumbre.
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