No es solo el flujo de información desmedida en línea ni el trastorno por déficit de atención; cuenta además, el poder de algunos contenidos que reclaman un proceso de comprensión que se atasca frente el enunciado.
El presidente Donald Trump abandona súbitamente una reunión del G7 para hacerse cargo de una emergencia. Como si de la crisis de los misiles de los años sesenta se tratara, pero con el guión de una película de Marvel. Advierte después, desde su avión rumbo a Washington, a los residentes de Teherán que evacuen la ciudad. Concentra barcos y aviones en Europa y el Índico. Horas antes de esta escenificación, había asegurado que Irán firmaría un acuerdo. Ahora, mientras escribo, especula con sumar a EE.UU. al conflicto: “Nadie sabe lo que voy a hacer”. En un rato instalará cualquier otro marco.
La celeridad y la inflamación del exprimer ministro Boris Johnson o del expresidente Jair Bolsonaro, no eran menores, como no lo es la deriva narrativa de Javier Milei y su Corte virtual quebrando el sentido una y otra vez, superponiendo dislates e insultos.
Cuando éramos chicos estábamos acostumbrados a ver este espectáculo de manera analógica, una vez por semana y sobre la lona de Titanes en el Ring. El catch era como esto. Personajes grotescos, hipérboles de la ridiculez y el matonismo, enfrentándose a través del mismo juego que organiza el reality show. Parece una versión psicótica del viejo eslógan de la CNN: está pasando, lo estás viendo. Trump, Milei, Putin y Orban lo están haciendo y lo vemos en el celular. Los que están sobre el ring puede que sobreactúen, pero los golpes no son teatrales: caen sobre todos nosotros. Uno detrás de otro. Sin pausa, sin interrupciones, sin posibilidad de discernir el flujo de embates salvo si se cae el sistema, como ocurrió a finales de abril en España, Portugal y parte del sur de Francia, cuando un apagón eléctrico canceló pantallas y semáforos, climatizadores y microondas, las tiendas de Zara y el metro. El ágora virtual fue reemplazada, en el caso de aquellos que disponían de un receptor, una vieja radio a pilas y por la plaza pública ya que, todos los que pudieron hacerlo esa tarde, llenaron las plazas y los parques.
Aquel día, después del desconcierto y cierto pánico inicial, se recuperó por unas cuantas horas la lentitud y con ella la observación del detalle de los pliegues del presente que lleva, invariablemente, a la recuperación de cierta reflexión y la memoria. Una novela de Kundera habla de una matemática existencial, en la que el grado de lentitud es proporcional a la intensidad de la memoria y el de la velocidad lo es a la intensidad del olvido.
En la presente edición de PhotoEspaña de Madrid, se ha vuelto a presentar, una década después, la obra Las hermanas Brown de Nicholas Nixon. Se trata de un proyecto en marcha, un work in progress, iniciado en 1975 en el que cuatro hermanas son retratadas año a año desde entonces. Hace unos años escribí aquí mismo sobre ellas, y vuelvo a mencionar la obra, porque su observación también es una pausa, donde es posible palpar el tiempo al modo de Proust entre distintos momentos de esas vidas, para observar cómo los cuerpos mutan a lo largo de casi cincuenta años. Esas mujeres que al principio, en su juventud, se muestran con cierta distancia unas de otras, se rozan apenas para, con el paso del tiempo, ir configurando un grupo cerrado que se abriga a sí mismo. Sus ojos que van reflejando algunas veces complicidad y otras, perplejidad; a veces espanto, otras soledad.
El tiempo lento que las va torneando, solo es perceptible en un paréntesis o en un apagón. No deja de ser una paradoja que la repentina oscuridad nos haga ver que la electricidad no siempre es conductora de la iluminación.
*Escritor y periodista.