Es antipático decirlo ahora, justo ahora: cuando faltan unas horas para la final en Santiago del Estero, cuando miles de hinchas de Huracán y de Platense están viajando por la Ruta 9 o por alguna otra para llegar a Santiago del Estero, una provincia a la que probablemente nunca vuelvan, salvo que sus equipos jueguen otra final y la AFA siga empeñada en forzar todo y convertir a esa sede en la capital nacional del fútbol.
Se enfrentan dos clubes queribles. Platense, el club de Saavedra, el barrio de casas bajas del Polaco Goyeneche que resiste frente al glamour de sus vecinos Núñez, Villa Urquiza o Belgrano. Huracán, el club de Parque Patricios pero también de Barracas, Pompeya y Soldati, quizás el más romántico y porteño de todos. Pero acá el problema no son los clubes o los equipos, sino el formato: con esta final, el fútbol argentino se encamina a perpetuar injusticias deportivas en pos de consolidar una cantidad imposible de participantes en sus torneos. Hay 28, entonces hay que buscar alternativas para que el número de fechas se ajuste al calendario.
Es indudable que este tipo de formato genera emoción y morbo en la etapa de playoff, pero a la hora de evaluar la película y no la foto, el resultado es frustrante: los mejores nunca ganan. El mérito deportivo –y eso que acá nadie exalta la meritocracia– se diluye; el azar y los condicionantes externos se ponderan.
Platense terminó séptimo en la Zona B y 13º entre el total de los clasificados. Huracán, cuarto de la Zona A y séptimo en la tabla general. Ambos estuvieron lejos de los equipos más sólidos, efectivos o vistosos del torneo, que fueron Rosario Central y Argentinos Juniors.
Sin embargo, aquí están: a un rato de celebrar una estrella, mientras la AFA habilita críticas por organizar todo con cierta impunidad. Hay que avisarle al Chiqui que los monstruos crecen en ese lodo. Y que cuando te das cuenta, puede llegar a ser tarde.