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De la historieta a la serie: el arduo desafío de adaptar El Eternauta

Netflix lanzó estrenó esta semana “El Eternauta”, dirigida por Bruno Stagnaro y protagonizada por Ricardo Darín, que ya es tendencia a nivel nacional y global en la plataforma de streaming, y tendrá segunda temporada. La serie es una adaptación de la historieta que comenzó a publicarse en 1957, con guion de Héctor Germán Oesterheld y dibujos de Francisco Solano López. Qué desafíos enfrentaron los guionistas del equipo para aggiornar el texto original al formato audiovisual. Aquí, los detalles.

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Adaptación. La obra audiovisual refleja aquella búsqueda de Oesterheld por mantener siempre en foco lo vincular de los personajes y sus sentimientos más profundos, de hacer ciencia ficción en el llano, desde gente de barrio que va enfrentando lo que sucede al mismo tiempo que el lector. | netflix/cedoc

La historieta El Eternauta, con guion de Héctor Germán Oesterheld y dibujos de Francisco Solano López, comenzó a publicarse –de forma capitular– el 4 de septiembre de 1957 en el primer número del suplemento semanal Hora Cero de Editorial Frontera. Esta finalizó en el mismo suplemento el 9 de septiembre de 1959.

Impresa a una tinta (negra), sobre papel diario de poca calidad, su popularidad estaba ligada a los jóvenes estudiantes, obreros y trabajadores que, en un viaje de ida o regreso al hogar, disfrutaban de las ficciones del género western, aventuras bélicas e históricas, y también, ciencia ficción.

El espíritu de época también conjuga el auge de los oficios manuales, el aprendizaje tecnológico ligado a una habilidad técnica destacada, algo que Beatriz Sarlo observó en la literatura de Roberto Arlt entre 1920 y 1940. A dos años de la Revolución Libertadora, comienza también la etapa de inestabilidad democrática argentina finalizada en 1983, que cobraría la vida del mismísimo Oesterheld y sus cuatro hijas; así como se agudiza la amenaza de la Guerra Fría, es decir, el fin del mundo por explosiones de bombas nucleares.

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Mientras tanto, en las páginas de Hora Cero se intercalan los avisos publicitarios de Escuela Universal de Relojería, Primer Instituto Fotográfico Argentino Sandy y Escuela Panamericana de Arte; de manera más masiva, revistas como Mecánica Popular difunden esa pasión por la técnica, en tanto abundan otro tipo de promociones de saberes menos específicos que van desde cursos en Academias Pitman (mecanografía, contabilidad), a Cómo ser detective privado o Aprender idiomas por correo. Es decir, la habitación personal, o el taller casero, también son el aula de la superación personal.

En este ámbito, de alfabetización formal muy estructurada, entre una educación laica y otra católica, es donde El Eternauta desarrolla una trama de misterio apocalíptico más allá de lo conocido, ligada tanto a La guerra de los mundos de H.G. Wells como a Las aventuras de Robinson Crusoe de Daniel Defoe. En ella se habla con el “tú”, de “usted”, las explicaciones tienen un tono entre docente y científico. Cierta formalidad embebe la redacción, un tono dominante.

De ese lector primigenio, al que apostó Oesterheld, nada queda. De hecho, tal ausencia es el desafío que afrontó el equipo de adaptación en la serie audiovisual estrenada el miércoles pasado en la plataforma Netflix. Otra dificultad, no menor: la serie semanal de la publicación poseía tanto densidad como tensión dramática, de tal manera que su lectura en los formatos “libro” posteriores producen cierto agotamiento del continuo en la trama.

Esta nueva versión de El Eternauta está escrita por Bruno Stagnaro y Ariel Staltari. El grupo de colaboradores autorales lo conformaron María Alicia Garcías, Gabriel Stagnaro, Gastón Girod, Ricardo Darín, Martín Wain, Juan B. Stagnaro y Fernando Gatti. Contó como consultores y asesores de guion a Alberto y David Muñoz, respectivamente.

En algunos de los seis capítulos de esta primera temporada, algunos de los colaboradores figuran también como guionistas. El resultado es obra del conjunto. Pero la gran cabeza del proyecto es Stagnaro, creador de la serie. Todo giró a su alrededor. Él armó la adaptación respetando la esencia de la obra original, pero no los caminos de los personajes. La primera gran decisión fue trasladar la historia a la época actual. Con la colaboración de Staltari –fue también su coguionista en Un gallo para Esculapio–, siempre logra un plus de argentinidad para los personajes y los diálogos. También fueron relevantes los aportes de Darín, más allá de su rol protagónico y cabeza del elenco.

La obra audiovisual refleja aquella búsqueda de Oesterheld por mantener siempre en foco lo vincular de los personajes y sus sentimientos más profundos, de hacer ciencia ficción en el llano, desde gente de barrio que va enfrentando lo que sucede al mismo tiempo que el lector. Ahora son los espectadores quienes van descubriendo en tiempo real qué ocurre en la ciudad (y después en el mundo), con espacio para planteos seudocientíficos y para abrir, antes de saber que se trata de una invasión, las primeras disputas por sobrevivir entre los propios ciudadanos. Todo esto es también parte de la creación de Oesterheld y Solano López.

El cambio de época generó, a su vez, un aggionarmiento del lenguaje utilizado. Los protagonistas son hombres grandes –un poco mayores que en la historieta–, que hablan como gente de hoy, pero mantienen su jerga de siempre, cargada de argentinidad. Eso, sumado al concepto de que “lo viejo funciona” que propone la serie, genera puntos de contacto con aquellos modismos del lenguaje de la obra original. De manera que, si bien la serie sucede casi seis décadas más tarde, está emparentada con aquel espíritu blanco y negro desde el mismo momento en que empieza a nevar.

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