DOMINGO
libro

Un referente uruguayo

José Mujica, un hombre que marcó la historia.

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El carismático líder y una vida de películas

Uruguay es un pequeño país acodado entre dos vecinos gigantes, como Argentina y Brasil. Un “paisito” –como lo denominó el escritor Mario Benedetti– conocido por su ganado vacuno, que produce algunas de las mejores carnes naturales del mundo; por sus futbolistas, como Luis Suárez, Édinson Cavani o Diego Forlán; por sus seiscientos kilómetros de playas casi ininterrumpidas; por Punta del Este. Y por Pepe Mujica.

José Mujica, el carismático líder del izquierdista Frente Amplio de Uruguay, fue bautizado por la prensa internacional, entre 2011 y 2012, como “el presidente más pobre del mundo”. Aunque en rigor no lo sea. Simplemente, por elección, no vive como viven la mayoría de los presidentes. Vive, dice él,“liviano de equipaje”.

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Desconfía de las cosas y el consumo. Dona su sueldo casi íntegro, porque dice que con el de su mujer le alcanza y le sobra hasta para ahorrar.“Yo tengo un patrón y una forma de vida que no la cambio por ser presidente. Entonces me sobra. A otros tal vez no les alcance, pero a mí me sobra”, decía cuando era presidente de la República.

Lee denodadamente, pero no tiene biblioteca frondosa porque regala los libros. Se pone casi siempre la misma ropa, aunque ya tenga varios años de uso. Mientras no se rompa la sigue usando y a veces la utiliza aun rota. Tiene un celular viejo, porque solo lo usa para comunicarse, y las noticias las lee en papel, religiosamente, y esa parece ser la única religión de este hombre que se define como ateo y amante de la naturaleza.

La suya es una vida de película. Sobre él se han escrito decenas de libros, traducidos a decenas de idiomas, cientos de entrevistas en los medios de comunicación más prestigiosos del mundo, se han hecho varios documentales y películas.

Más de 84 años vividos con toda intensidad, que transcurrieron desde la niñez humilde y trabajadora a la Presidencia de Uruguay, pasando por una juventud que abrazó sueños políticos, primero con el Partido Nacional uruguayo al que –hoy se enfrenta con vehemencia–, luego por la revolución armada, por la tortura recibida y por la cárcel.

En los años sesenta, cuando tenía 29 años, cofundó el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, una guerrilla urbana de izquierda, influida por la revolución cubana y el marxismo. En 1970 fue acribillado a quemarropa: recibió seis balazos y sobrevivió por milagro.

Fue encarcelado, pero en 1971 se escapó. Una fuga cinematográfica, la mayor de la historia uruguaya. Ciento diez presos se fueron en una noche del Penal de Punta Carretas, por un túnel subterráneo, hasta una casa lindera ubicada en el que hoy es uno de los barrios donde vive la gente más pudiente de Uruguay.

Fue nuevamente capturado en 1972 y ya no pudo escapar. Al año siguiente, una feroz dictadura se instaló en Uruguay.

Mujica permaneció preso hasta 1985. Fueron más de catorce años de reclusión, durante los cuales fue torturado salvajemente y estuvo la mayor parte del tiempo en absoluto confinamiento y soledad, considerado por la dictadura como un “rehén”, es decir, alguien a quien estaban dispuestos a ejecutar ante cualquier desliz de los tupamaros.

Durante su encarcelamiento recibió golpes, humillaciones, picana eléctrica. Comía poco. Se enfermó de los intestinos y riñones. Perdió sus dientes. Su completa soledad lo llevó a descubrir, entre otras cosas –según contó después–, que las hormigas hacen ruido, que cualquier papel sirve para leer o para escribir, y que el tiempo no puede ser desperdiciado.

Cuando Uruguay recuperó la democracia, en 1985, una amnistía le permitió salir de la cárcel y, al poco tiempo, abrazó la democracia con la misma pasión y convicción con la que antes la había atacado. Fue consecutivamente diputado, senador, ministro… Recorrió incansablemente el país, transmitiendo sus ideas y sueños, con su peculiar manera de hablar, lisa, llana, reflexiva, que se adapta al público con el que está.

Cuando su nombre surgió como precandidato a la Presidencia en 2008, muchos creían que se trataba de una broma. Parecía imposible que este anciano, por entonces desdentado, desaliñado y a veces hasta maloliente, pudiera ganar una campaña electoral y llevar las riendas de un país. Pero aceptó el desafío. Se arregló la dentadura, consintió en peinarse y arreglarse un poco. Sus asesores incluso lograron que por momentos se pusiera un saco de vestir. Corbata jamás. Un atuendo lo suficientemente apto como para ahuyentar algunos temores y ganar las elecciones en 2009, con el 53% de los votos y mayoría parlamentaria para su partido, el Frente Amplio.

En marzo de 2010 asumió el cargo, pronunciando un discurso histórico ante el Parlamento. En una guiñada del destino, fue su propia pareja y vieja compañera de lucha, la senadora más votada Lucía Topolansky, quien le tomó juramento. El exguerrillero se convertía en presidente democrático. Y, tal vez, en el presidente uruguayo más popular de la historia, tanto dentro como fuera de fronteras. (...)

La casa en la que vive José Mujica, y en la que permaneció siendo presidente, está ubicada en una zona rural de Montevideo llamada Rincón del Cerro. Toda la vivienda es probablemente más chica que el dormitorio de la mayoría de los presidentes del mundo. Consta de una cocina, un baño, un pequeñísimo living –en el que apenas caben apretadamente una mesa para dos personas, una biblioteca y un escritorio– y el dormitorio, con una cama de dos plazas y una bicicleta fija. En total son unos cincuenta metros cuadrados, con techo de chapa verde, un alero al frente y pintura descolorida por el tiempo, la humedad y la lluvia.

Es una casa que, aunque no deja de ser acogedora, invita más bien a estar afuera, en contacto con la naturaleza. Alrededor pueden verse un aljibe, decenas de árboles y arbustos autóctonos y, a la sombra de una lavanda, un palo borracho y un ceibo, hay un banco reciclado, hecho con tapas de refrescos. Ese banco se volvió famoso, porque allí Mujica hizo sentarse al rey Juan Carlos de España, mientras le explicaba por qué tuvo “la desgracia de nacer rey”.

Mujica pregona, como decía el escritor uruguayo Eduardo Galeano, volver “a un tiempo con tiempo para perder el tiempo”. Un mundo en el que las cosas no nos controlen y que la gente trabaje para vivir y no viva para trabajar. Un mundo en el que prime la búsqueda de la felicidad.

☛ Título: José Mujica en sus palabras

☛ Autor: Darío Klein

☛ Editorial: Debate

☛ Primera edición: 2020

☛ Páginas: 256

“La política no es una profesión para mí, es una pasión”

Gustavo Sylvestre: ¿Cómo es la vida de Pepe Mujica? ¿Jubilado de la política o no se jubila nunca un político?

Pepe Mujica: No, la política no es una profesión para mí, es una pasión. Para algunos, porque los seres humanos somos diversos, es una vocación interior, una forma de expresar, porque el estar vivo, el haber nacido, es el único milagro que tenemos para cada uno de nosotros, aunque no nos demos cuenta. Venimos de la nada y vamos a la nada. Y resulta que había cuarenta millones de probabilidades de que le tocara a otro y nos tocó a nosotros. Y entonces uno anda buscando el sentido que tiene la vida, y unos van para un lado, otros para el otro. Algunos sentimos que la política es una vocación.

Qué devaluada está hoy la política, lamentablemente, porque muchos la usan para hacer negocios. Demasiados fariseos en el templo. Estamos en una civilización de mercadería, todo se transforma en una mercancía y se considera lo mismo. Y la política es otra cosa, es una expresión, una necesidad antropológica de los humanos, de los sapiens, porque somos animales gregarios, no somos felinos, no somos como los pumas, que pueden vivir en soledad, somos tremendamente dependientes de la sociedad, pero a la vez somos individuos, y al ser individuos luchamos por la vida, y eso tiene una cuota de egoísmo natural, que lleva a un choque de intereses. Pero hay que preservar el bien común de la sociedad, ese es el papel de la política, por eso cito esta afirmación aristotélica, el hombre es un animal político, porque es un animal social, y si hay sociedad hay lío, y si hay lío alguien tiene que mediar en el manejo de los líos para preservar la sociedad. No se puede despreciar la política a pesar de sus errores, de la miseria que tenemos. Ese es un problema de nuestra civilización, no es culpa de la política.

—E igualmente se está en un momento difícil, ¿no? Sobre todo, en América Latina donde se ha impuesto el lawfare, la judicialización de la política.

—Sí, la han “emporquerizado”. Y además está sembrado un mensaje subliminal, construido como nervio, que triunfar en la vida es ser rico, hay que enriquecerse. Y algunos sectores embarrados de la política tienen una visión de la riqueza desde la visión política y no desde el punto de vista social. No piensan en una cosa más simple, la felicidad humana en este pequeño paréntesis, que es la aventura de estar vivo que tiene cada individuo. El sentido de la política es luchar por el bienestar y la felicidad de la gente, que no es equivalente a tirar manteca al techo y despilfarrar.

—¿Cómo analiza el fenómeno de las derechas en el mundo? Lo vivimos nosotros en Argentina durante cuatro años con Mauricio Macri, nos dejaron devastados, lo están viviendo ahora ustedes en el Uruguay con Luis Lacalle Pou. Pero estas derechas cada vez se ponen más duras, hacen campañas deslegitimando a la política y al adversario. ¿Y por qué a los sectores progresistas les cuesta tanto mantenerse en el poder o luchar contra estas derechas que parecen no tener ningún límite?

—Porque la enfermedad está dentro de nosotros mismos. En el fondo, estamos peleando con algunas claves negativas de nuestra portentosa civilización. Es muy profundo el asunto. Estamos inmersos en la cultura consumista. Creemos que ser felices es tener compradas más cosas y nos tapamos todos de obligaciones y después no nos alcanza con un trabajo, y precisamos dos o tres trabajos, y no tenemos tiempo para nada. Y tenemos que pagar cuotas, no es maldad, ese es el manejo subliminal que ha logrado imponer esta civilización que necesita que seamos voraces consumidores. Y los que somos de izquierda estamos metidos dentro de eso. Hay algunos locos sueltos como yo, que no tienen suerte. Pero yo tuve una docencia muy especial. Entonces la gente sufre mucho y no gastamos energía en lo que deberíamos. Despilfarramos demasiada energía. Es todo un tema, porque mi generación pensó que cambiando las relaciones de producción íbamos a tener un hombre distinto. Y no nos dimos cuenta de que todo sistema genera una cultura subliminal, que es más fuerte que el ejército, y que es esa cultura la que resulta determinante. En la Edad Media le trasmitían a la gente que la vida era un valle de lágrimas, que había que portarse bien para ir al paraíso, porque el devenir glorioso estaba en la otra vida. Y la gente se quedaba con esa esperanza. En nuestra época, la fantasía de la felicidad está en el supermercado, en la idea del shopping; las parejas nuevas, en lugar de ir a ver la puesta de sol y abrazarse, van como unos esclavos a mirar vidrieras del shopping. Y eso repercute también en la conformación a veces de una política y de cómo se lleva adelante. El Dios mercadería nos gobierna.

—Raúl Alfonsín decía: “el Dios mercado al que tanto idolatran muchos”.

—Entonces los ministros de economía, si el país no crece, están desesperados, y para que crezca, entre otras cosas, hay que implementar el crecimiento del mercado interno. Gastamos un montón de plata en pavadas y nos ponemos orgullosos porque hay uno que anda con una Ferrari de medio millón de dólares y despilfarramos energía, y después hay otros que están condenados a vivir bajo dos carpas agujereadas. Acá, hubo un señor muy importante, muy inteligente, antiestatista, muy liberal, que planteó que por el estancamiento de la economía había que hacer una especie de Plan Marshall en el Uruguay, es decir, se acordaron de que había que acudir al Estado para sacudir la economía. Y en el mundo rico están imprimiendo papeles, creando monedas, van por el lado monetario, y después, ¿quién va a pagar? Va a pagar la inflación de las monedas duras. En el largo plazo, es decir, el pueblo va a pagar. Y usted no se olvide de que cuando se fue terminando el esclavismo en Francia y en Inglaterra, indemnizaron a los dueños de los esclavos. No a los esclavos.

☛ Título: Pepe Mujica. Ligero de equipaje

☛ Autor: Gustavo Sylvestre

☛ Editorial: Marea

☛ Primera edición: 2024

☛ Páginas: 200

Fútbol: el que creció sufriendo la exclusión

La noche era fría y ventosa, de esas que duelen en la cara. Mediaba 2014, ya quedaba poco de Mujica como presidente y su fama internacional atravesaba por uno de los mejores momentos. Cuatro meses después se elegiría al ganador del Premio Nobel de la Paz y él era uno de los candidatos. Perfil bajo, le recomendaron sus consejeros más cercanos, pero él no escuchó. “Nos vamos al aeropuerto”, ordenó a su chofer. “Ahora mismo”. No preguntó ni siquiera si la hora era la correcta.

Cuando llegó al Aeropuerto Internacional de Carrasco a las ocho de la noche del jueves 26 de junio, esperó unos minutos y le avisaron que el futbolista Luis Suárez todavía no había iniciado su retorno desde Natal, en Brasil. La FIFA lo había suspendido por nueve partidos oficiales con la selección uruguaya y cuatro meses en cualquier actividad futbolística, incluso pisar un estadio. Como si fuera poco, lo había obligado a retirarse del hotel en el que estaba alojado con sus compañeros de la selección. Casi como a un delincuente. Él había mordido a un jugador italiano durante un partido de la Copa del Mundo. Todos los uruguayos estaban indignados con la severa sanción, pero en el exterior el que generaba indignación era Suárez.

Poco le importó a Mujica lo que se dijera en el mundo. Decidió recibir al futbolista como si fuera una víctima o un héroe, apenas pisara suelo uruguayo. No llegó esa noche. Aterrizó al amanecer, pero el presidente igual estaba allí para darle la bienvenida al costado del avión.

Ante la demora, Mujica fue hasta su casa, durmió unas horas y volvió. Quería verlo, fuera como fuera. Le dio un fuerte abrazo de bienvenida, tímido pero sentido, y hasta lo invitó para que se fuera con él unos días a la estancia presidencial de Anchorena.

—Se lo agradezco mucho, presidente. No puedo creer que esté acá con este frío. No era necesario –le dijo Suárez con sorpresa.

Estaba acongojado y hablaba con la voz cortada.

—Quería darte energías para atravesar la tormenta, botija. Porque mirá que todas las tormentas pasan. Todas. Necesitás estar tranquilo –lo alentó Mujica.

Una semana después, cuando la selección uruguaya volvió de Brasil tras haber sido eliminada en octavos de final por Colombia, Mujica retornó al aeropuerto para otra bienvenida. El periodista Sergio Gorzy, que viajó en el mismo avión que los futbolistas, se encontró con la pareja presidencial al salir de la manga. Su cámara estaba encendida y preguntó al presidente su opinión sobre la FIFA. “Son una manga de viejos hijos de puta”, respondió Mujica. No había registrado que lo estaban filmando. Se tapó la boca y sonrió con picardía, pero habilitó la difusión de lo que había dicho.

No pareció una decisión inteligente en ese año de apogeo internacional y hasta de posibilidad del Premio Nobel. La mayoría de los uruguayos pensaba como él y hasta compartía el insulto, pero para el mundo se desdibujaba el Mujica conciliador y pacífico. Por eso llegaron las recriminaciones de asesores y hasta la sugerencia de pedir disculpas. “No me entienden. Nunca voy a dejar a un botija como Suárez solo”, fue su argumento al negarse al arrepentimiento.

No es por el fútbol. Esa pasión no explica el desliz de Mujica. Disfruta del juego pero no lo siente con tanta intensidad como la mayoría de sus compatriotas.

Es capaz de mirar un partido y hacer algún comentario interesante sobre jugadas y goles, pero lo que más le importa es lo que no se ve en la cancha: la movilidad social que permite ese deporte. En eso Suárez es un ejemplo, y de los mejores.

Mujica sabe la historia de vida del centrodelantero y por eso lo defiende y justifica. Le gusta ver cómo personas que nacieron en la pobreza llegan a ser los mejores deportistas del mundo y se burlan de su pasado, sentir cómo a veces la calle se impone a las grandes universidades. Respeta a los que muestran un camino alternativo, por más que ese camino no sea del todo recto.

“Suárez es un gurí bárbaro, que se hizo de abajo. Lo conozco bien y tiene la picardía del pobrerío. Es un buen tipo”, nos dijo en 2010, cuando hacía poco que había asumido como presidente y Uruguay había clasificado cuarto en el mundial de Sudáfrica. En esa oportunidad, Suárez evitó un gol en el último minuto del partido contra Ghana al atajar una pelota con su mano. Uruguay ganó luego en la ronda de penales y los africanos acusaron al delantero de antideportivo y lo compararon con el diablo. “No saben lo que dicen. Al hablar con él te das cuenta de sus buenos sentimientos. Lo que hubo ahí fue viveza pura”, opinó en aquel momento Mujica.

La viveza, la ventajita y hasta la concepción de la cancha como un campo de batalla son características del fútbol. Eso también cuenta con la simpatía de Mujica, que lo interpreta como una singular manifestación del que creció sufriendo la exclusión. Los más vivos pueden llegar. Tienen como alternativa correr tras una pelota, ganar millones y conservar esa fortuna. A los vivos hay que respetarlos y aprender de ellos, dice Mujica. Por eso también se siente cerca del empresario de fútbol Francisco Paco Casal.

Casal es un personaje cuestionado para muchos uruguayos, sinónimo de los negocios millonarios y extraños que se levantan alrededor del fútbol. Empezó como un niño que se metía sin permiso en las canchas de barrio y terminó decidiendo qué jugadores debían ser titulares en un mundial. Representa casi todo lo relacionado con el fútbol en Uruguay: lo bueno y lo malo.

Es un personaje de película, un hijo del sistema, una mente torturada. Tiene el olfato de los gurises de la calle. Alcanzaba las pelotas durante los partidos en las canchas más humildes y un día entró a vender pelotas firmadas por Pelé, que firmaba él.

Me junté solo algunas veces con Paco. Los abogados que lo defendían en sus líos con el Estado fueron los que hicieron el vínculo. Le tiene una bronca bárbara a la aristocracia y siente gusto por pisarle la cabeza. Tiene un sentimiento de clase fuerte, un resentimiento importante y banca pobrerío. Quiere aplastar a los que están arriba y alguna vez lo cagaron.

Mujica lo conoce bien. Es cierto que no se reunió más de una decena de veces con él, pero siempre tuvieron afinidad. También Lucía le tiene mucho aprecio. “Lo quieren como a un hijo”, decían dirigentes de fútbol en los años del gobierno, una afirmación que parece exagerada. Ni Mujica ni Lucía lo quieren como a un hijo, pero sí lo respetan y valoran.

Cuando hacía menos de un año que era presidente, Mujica viajó un fin de semana a Madrid a sugerencia de Casal. El objetivo era que conociera al entonces presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, para ofrecerle negocios. Pérez es uno de los principales empresarios españoles en el rubro de la logística y energía y luego de la visita invirtió en molinos de viento en Uruguay.

“Es un tipo al que admiro mucho”, nos dijo Casal sobre Mujica durante ese viaje, alojado en uno de los hoteles más caros de la capital española y vestido con más de US$ 10 mil entre ropa y alhajas. Mujica quedó muy entusiasmado con el poder de Paco en Europa aunque no volvió a repetir la experiencia.

Tiene amigos pesados en serio. Es brutal. El presidente del Real Madrid, el del Milan. Es amigo de esos tipos. Quisiera tener un embajador de Uruguay así.

¡La puta! Tiene habilidad para hacer negocios y eso genera enemistades terribles. Yo viví el poder que él tiene afuera del país.

Había algo que gustaba a Mujica de ese ejemplo de nuen

☛ Título: Una oveja negra al poder

☛ Autores: Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz

☛ Editorial: Sudamericana

☛ Primera edición: 2015

☛ Páginas: 303

El pensamiento y la praxis internacional de Mujica

El título de este libro, José Mujica. Otros mundos posibles, refiere en muchos sentidos a las últimas etapas de una travesía que se parece a un viaje excepcional, casi homérico. A partir de una figura que no ha buscado (ni encontrado) nunca el limbo de las unanimidades, esta obra viene a incorporarse a una ya extensa y muy diversa bibliografía, pero lo hace con la expectativa de la novedad. Su foco de abordaje radica en la exploración de cómo se fue forjando el pensamiento y la praxis internacional de Mujica, desde sus remotos orígenes de juventud a fines de los 40 y 50, hasta las luchas más recientes de este casi nonagenario que sigue considerándose un militante activo, sin que le pese el haberse vuelto un personaje de su tiempo, con una proyección global que ni él ni nadie podría siquiera haber vislumbrado. Aquí se procura explicar cómo en sus peripecias de joven rebelde interesado desde siempre en la política y la lectura, de guerrillero de un Movimiento de Liberación Nacional que reivindicó la lucha armada en los años 60 y 70, tras una prisión terrible y en la forja posterior de un liderazgo político inicialmente muy afincado en su Uruguay, que lo llevó a la presidencia de la República, Mujica al final de su vida encuentra la síntesis de su eterno batallar en un compromiso obsesivo por la tenaz reivindicación de que «otros mundos», muy diferentes al actual, son en verdad posibles.

Esta obra necesariamente ha debido buscar equilibrios difíciles. Desde el rumbo a menudo desordenado de las entrevistas hasta el rigor de la aproximación académica sobre un “animal político” en toda la línea, desde la tensión insoslayable de la interdisciplinariedad que impone la figura investigada hasta la indagatoria siempre fascinante de los clásicos a los que Mujica se ha vuelto tan afecto en las décadas recientes. En una de las últimas entrevistas que nos pidió, como si hubiera querido que se registrara una pista olvidada, volvió a narrarnos con insistencia los contextos que en su juventud lo llevaron a priorizar el objetivo de lo que entendía era el camino indispensable de la “liberación nacional”. Pero esa ruta, que incluso lo condujo a la violencia y a muchos errores que hoy reclama, sobre todo a los jóvenes, que no se vuelvan a cometer, es la misma que lo hace insistir una y otra vez en el imperativo de partir de lo que se podría llamar una “antropología realista”. Desde esa premisa interpela la visión de aquel “hombre nuevo” de sus orígenes revolucionarios, que en su recuerdo habría llevado a una visión edulcorada e inviable de personas abstractas, sin el pulso de la vida, puramente racionalizadas y sin espacio para las emociones, en el tránsito hacia visiones idealizadas del “deber ser”, condenadas al fracaso, bien lejos del alma de los pueblos.

Tratando de argumentar precisamente en favor de una visión más sensata de la propia naturaleza y de una comprensión más radical sobre la condición humana, en esa entrevista Mujica defendía a voz en cuello, en la cocina de su casa –el lugar donde se casó hace unas décadas con Lucía Topolansky–, la necesidad de visiones más sobrias y mesuradas sobre los alcances efectivos de la acción política, tanto nacional como internacional. En relación a esos ámbitos solo podía encontrar el camino de la utopía imprescindible hacia otros mundos posibles en el realismo más sustentado sobre las personas y los pueblos en su búsqueda de tiempos mejores. Lo hacía de manera explícita en repudio contra toda forma de vanguardismo o ideologismo, pero también en procura de sacudir la esperanza –sobre todo, una vez más, de los jóvenes– a propósito de una brega que debía trascender definitivamente las fronteras nacionales para abrazar el compromiso ineludible de las causas internacionales, incluso como requerimiento de su divisa primera de la defensa innegociable del interés nacional. La hoja de ruta no podía sino encontrarse en una suerte de –realismo utópico–, sustentado de muy diversas formas, tantas como fuesen necesarias para «salvar la vida» del planeta.

En esa búsqueda por persuadir, de pronto Mujica se detuvo y empezó a hurgar entre sus papeles desordenados. Contra toda posibilidad, encontró de inmediato lo que buscaba. Era un fragmento de un libro fotocopiado y subrayado del reconocido filólogo alemán Werner Wilhelm Jaeger titulado Paideia. Los ideales de la cultura griega. Desde allí, como en un juego de magia, pasó a leer a Platón a través de un diálogo con Sócrates: “Jamás, mientras viva, dejaré de filosofar; de exhortaros a vosotros y de instruir a todo el que encuentre, diciéndole con mi modo habitual.”

Querido amigo, eres un ateniense, un ciudadano de la mayor y más famosa ciudad del mundo por su sabiduría y su poder, ¿y no te avergüenzas de velar por tu fortuna y su constante incremento, por tu prestigio y tu honor, sin que en cambio te preocupes para nada por cono conocer el bien y la verdad ni de hacer que tu alma sea lo mejor posible?

Puede parecer extraño, pero quien conozca a Mujica sabe muy bien que no lo es. Esa rara mezcla de sus lecturas, de su condición primera de agricultor, de las ideas que toma de su observación constante de la naturaleza que habita en su chacra ya legendaria, de sus interlocuciones, de su pasión agonística por encontrarle sentido a la vida, todo eso puede combinarse con su visión de la coyuntura y de la política, de sus interpretaciones sobre los caminos sinuosos de la geopolítica, con su sabiduría para perfilar el rumbo de los procesos regionales y globales, su convicción cada vez más fuerte de que para defender al país hay que involucrarse en las causas del mundo y que no existe interés más nacional que salvar a un planeta amenazado. Sabe muy bien que porta una vida difícil y no encuentra ningún mérito en vivir como le gusta. Es hijo de su historia y, tozudamente, no borra sus huellas, aunque le pesen demasiado muchos recuerdos. Como decía Peter Burke, parafraseando a Derrida en su clásico libro Hablar y callar. Funciones sociales del lenguaje a través de la historia: “Somos los sirvientes antes que los amos de nuestras metáforas”. Desde su viejo “don de la palabra”, Mujica conoce bien esas encrucijadas del lenguaje.

Este libro, que coincide con el despliegue de una iniciativa internacional que Mujica está promoviendo junto a presidentes, actores y organizaciones del continente, aborda una temática tan central como poco conocida acerca de su trayectoria: la evolución de sus visiones sobre el eje internacional y regional, núcleo fundamental de su actuación en las últimas décadas. A partir de allí, este trabajo presenta un formato especial, con un análisis central que oficia de relato conceptual general y otros componentes transversales –notas al pie, fragmentos de entrevistas inéditas realizadas especialmente para esta obra, testimonios de figuras connotadas de distintos ámbitos de la escena internacional, selección de documentos, fotos, etcétera–, que son distribuidos e intercalados a lo largo del libro, de acuerdo a criterios de coherencia y de oportunidad. Estos últimos materiales son destacados gráficamente de manera especial y tienen densidad propia, más allá de su correspondencia respecto al texto central.

Se trata, en suma, de un texto expresamente abierto, que combina relato histórico, documentación y reflexiones de tipo conceptual y temático. Aunque toma como marco de su análisis el conjunto de la trayectoria personal y pública de Mujica, se concentra en el período posdictadura de su vida, que constituye el momento en que él “descubre” y “afirma” su visión internacional, tanto desde el ejercicio directo de la política como desde la reflexión ideológica y filosófica.

☛ Título: José Mujica. Otros mundos posibles

☛ Autor: Gerardo Caetano

☛ Editorial: Planeta

☛ Primera edición: 2024

☛ Páginas: 400

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