El Gobierno de Javier Milei está transformando aceleradamente nuestro país. De ser un país con una fuerte clase media de trabajadores calificados y profesionales con su impronta cultural, nivel de ingresos y hábitos culturales, a una sociedad progresivamente cada vez más desigual. La gestión libertaria con sus políticas económicas expulsa a cada vez más personas de este segmento socioeconómico a vivir con ingresos reducidos como sucede en la mayoría de los países latinoamericanos con una clase media reducida.
A la vez, la cúspide de la pirámide de ingresos, se vio favorecida con mayor concentración de riquezas. Esto se empezó a notar con las transformaciones en el consumo de los argentinos. Mientras crece la venta de departamentos y autos de alta gama, baja el consumo de leche, carne y alimentos.
Como ejemplo de los países latinoamericanos a excepción de Chile y Uruguay, exactamente lo mismo pasa en Perú, donde el 5,5% de los peruanos reportó que dejó de consumir carne totalmente, un 58% dijo que la había reducido considerablemente y en contraste, en 2024, creció un 8,5% la venta de autos de alta gama. Parece un espejo de la Argentina.
Por eso, de nuevo con respeto por este país, ayer hablábamos de una peruanización laboral de la Argentina y hoy hablamos de una peruanización del consumo en Argentina. Y vale la pena recordar cuando en las campañas se decía que no había que votar de tal manera para no ser Venezuela, ahora la amenazar no termina siendo Perú.
Contradictoriamente, desde lo económico y ético, aunque no desde el punto de vista electoral, el Gobierno refuerza con aumentos la Tarjeta Alimentar y la Asignación Universal Por Hijo, algo que está muy bien y mejora la situación de los sectores de menores recursos, pero al mismo tiempo castiga a la clase media con despidos y reducción de jubilaciónes.
Y si bien la inflación se redujo notablemente, ahora el problema son los precios, que quedaron caros, y la capacidad de compra de los salarios termina siendo menor que en el pasado.
Paralelamente con el dólar barato, la industria pierde competitividad y los dueños de Pymes se ven fuertemente afectados. Esta caída de consumo afecta a comerciantes minoristas y estas políticas económicas funcionan como una especie dominó que divide la sociedad cada vez más entre ricos y pobres.
Para el antropólogo Néstor García Canclini, el consumo no es simplemente una actividad económica ligada al mercado, sino un acto profundamente cultural. En su visión, consumir es elegir, construir identidades, marcar diferencias y participar en redes simbólicas.
En lugar de ver al consumidor como un sujeto pasivo manipulado por la publicidad, Canclini propone entenderlo como un actor que negocia sentidos, resignifica productos y articula su pertenencia social a través de lo que elige y cómo lo usa.
Así, el consumo se convierte en un terreno clave para pensar la ciudadanía contemporánea y las formas de inclusión o exclusión en las sociedades globalizadas.
Al mismo tiempo, advierte que el consumo se ha vuelto un espacio contradictorio: mientras promete autonomía, integración y acceso al mundo, también reproduce desigualdades y segmentaciones. Para sectores populares, por ejemplo, consumir no es sólo una cuestión de gusto o preferencia, sino una lucha por visibilidad, por reconocimiento y hasta por dignidad.
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Por eso, los cambios en el consumo de los argentinos, también reflejan profundas transformaciones en la fisonomía subjetiva de los argentinos, en la idiosincrasia del país. Quien siente que no puede comprarle un regalo a su hijo o una golosina, no solamente entiende que no le alcanza el dinero, siente que no es digno de pertenecer a cierto grupo, siente vulnerado fuertemente su autoestima.
De esta manera, mientras hay un sector minoritario en la cúspide de la pirámide que consume cada vez más y hay un sector en la base de la pirámide que sobrevive con las mismas dificultades de siempre. El centro se desintegra atravesado por fuertes sentimientos de humillación y falta de dignidad.
Ahora, vamos a analizar el contraste entre los sectores en los que aumentan las ventas y aquellos en los que disminuyen. En diciembre de 2024, el corredor inmobiliario Diego Migliorisi avizoraba un gran crecimiento para el sector.
“Se va a incrementar la cantidad de operaciones con crédito, hoy estamos, de cada 10 operaciones, 3 se están haciendo con crédito hipotecario, yo creo que ese porcentaje va a crecer, va a haber mayor cantidad de compradores y eso también va a llevar a una recuperación de precios”, decía Migliorisi en aquel entonces.
Y agregaba: “Creo que en el 25 vamos a llegar a los valores de la pre pandemia y no hay techo de crecimiento”.
Esta tendencia siguió durante este año. Así lo decía el ex presidente de la cámara inmobiliaria argentina, Alejandro Bennazar en abril de este año:
“Tuvimos un récord de escrituras en febrero con 4.200 escrituras en la Ciudad de Buenos Aires y a nivel nacional, se registra el mismo comportamiento”, dijo en diálogo con Antonio Laje.
“Hemos superado el 2018, que era nuestra última barrera, y en lo que es crédito hipotecario nos falta más o menos 20% para llegar al récord histórico del mismo mes, en el mejor año de los últimos 10 años o 12 años”, aseguró en A24.
Contradictoriamente con esto, el consumo de carne y leche ha disminuído. El economista Hugo Vásques calificó la caída del consumo de carne como “estrepitosa” y advirtió que no se registraba una caída de semejante magnitud en las últimas tres décadas.
“Hay un deterioro de la capacidad de compra del consumidor en la Argentina y esto hizo que no solo cayera fuertemente el consumo interno de carne, sino que la producción de carne en el país, de alguna manera, se vinculara a las exportaciones”, afirmó en A24 en noviembre pasado.
Por su parte, el presidente de la Fundación para la Promoción y el Desarrollo de la cadena láctea argentina, Miguel Taverna señaló que en este rubro pasa algo similar.
“Nosotros venimos monitoreando el consumo de productos agrícolas desde hace muchos años.Y, bueno, tenemos claramente una pérdida de consumo a partir de noviembre, diciembre del año pasado”, afirmó en contacto con Radio Provincia.
“En todo el año 2024 ha tenido una caída de alrededor del 9,7% acumulada anual, respecto al consumo que habíamos tenido el año precedente”, señaló.
El sector más castigado por el Gobierno son los jubilados. Como lo dijimos en varias ocasiones, hay 2 millones de jubilados que cobran la mínima, que es de 355 mil pesos. Esto hace que tengan que elegir qué comida saltearse y qué remedio tomar.
El economista Ismael Bermúdez analizó el tema en abril en este mismo programa. “Los jubilados que perdieron con Milei son cinco millones y algo, porque tiene que ver con los que cobran la mínima, los que cobran la pensión universal adulto mayor y pensiones no contributivas”, explicó.
Bermúdez advirtió que, a su vez, se reforzó la tarjeta Alimentar y el plan 1000 Días, que abarca hasta chicos de tres años que también cobran la UAH.
“Beneficiaron a cinco millones de chicos y perjudicaron a cinco millones de viejos”, afirmó.
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El traslado de ingresos de los jubilados a los sectores más bajos, al mismo tiempo más jóvenes, con más posibilidad al mismo tiempo de ejercer protesta que los jubilados, es un dilema ético-práctico desde el punto de vista electoral.
Evidentemente hay más posibilidades de que los viejos voten, pero desde el punto de vista de la toma de la calle, es mucho más posible que lo hagan los jóvenes. Es una discusión inclusive de tono ético respecto de dónde priorizar. De cualquier forma, es una descripción objetiva de lo que ha sucedido respecto de la redistribución por edades que hace el gobierno.
Y a pesar de su inestabilidad política crónica, Perú ha logrado mantener una macroeconomía relativamente ordenada en los últimos años. El Banco Central de Reserva opera con autonomía y ha sostenido una política monetaria prudente, conteniendo la inflación incluso en contextos adversos.
La deuda pública se mantiene en niveles bajos en comparación con otros países de la región, y el país cuenta con reservas internacionales sólidas. Esta disciplina fiscal y monetaria ha hecho de Perú un caso llamativo de estabilidad económica en América Latina, al menos en términos de la comparación con sus vecinos.
Sin embargo, la estabilidad macro no se traduce en bienestar generalizado. Más del 70% de la población activa trabaja en la informalidad, lo que erosiona la base tributaria y restringe el alcance de las políticas sociales. Además, la economía peruana depende fuertemente de la exportación de minerales, lo que la vuelve vulnerable a los ciclos de precios internacionales.
En este contexto, el contraste entre una macroeconomía ordenada y una microeconomía paupérrima expone las tensiones estructurales que siguen marcando el desarrollo del país.
Podemos analizar que la inestabilidad política de Perú, en la que se destituyen presidentes muy seguido e inclusive van presos y hasta algunos se suicidan. Las manifestaciones colman el país y hay violentos enfrentamientos producto de una fuerte polarización social, tiene que ver con que los trabajadores vienen retrocediendo en materia de derechos e ingresos. Es decir, una sociedad que se empobrece.
Paralelamente a esto, la macroeconomía está ordenada y gracias a la exportación de minerales, hay un sostenido ingreso de divisas. Otro ejemplo reciente que podríamos colocar es el de Telefónica de España.
Telefónica vendió sus filiales en Perú y en Argentina. En Perú la vendió por nada, por menos de un millón de dólares porque prácticamente tiene condiciones para estar cerca de la quiebra. Mientras tanto, la filial de Telefónica en Argentina se vendió por más de 1.200 millones de dólares.
¿Qué queremos como sociedad? Tal vez no se trataba de ser Venezuela, ni de ser Perú. Tal vez, se trata de ser la mejor versión Argentina posible. La existencia de una fuerte clase media, genera algo así como un sueño argentino, que nos ha diferenciado del resto de nuestros vecinos a lo largo del último siglo.
Es decir, una especie de sueño argentino, una versión local del sueño americano. Un sueño de ascenso social mediante el estudio en la universidad pública, el hospital público, el esfuerzo y que con la destrucción de la clase media, tarea de demolición que viene desde mucho antes de Milei, se clausura este sueño para millones de argentinos. Ese sueño, que todavía continúa siendo una promesa y por eso tenemos tanto inmigrantes de Perú, país al que se lo elogia macroeconómicamente.
Ayer mostrabamos el avance de la peruanización laboral, hoy mostramos la peruanización en el consumo. Insistimos no se trata de no ser Venezuela o de ser Perú. Se trata de ser la mejor versión de Argentina posible. Por eso nos vamos con Argentina del trapero Trueno.
MC