OPINIóN
Eso de enseñar a pensar

¿Formando alumnos para el pasado?

Los doctorados en Argentina parecen más asociados al “saber para saber” que al “saber para hacer”. Una investigación de IDICSO revela que hay desconexión entre las universidades y el mundo empresarial: “Los argentinos más poderosos son en general hombres de más de 60 años y pocos estudios”, dice el informe.

Graduados universitarios 20250211
Graduados universitarios. | Pixabay

En una investigación internacional publicada recientemente sobre las elites empresariales de un conjunto de países y de la que participó el doctor Alejandro Pelfini del Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales de la Universidad del Salvador (IDICSO) se afirma que “los más poderosos del País (Argentina) son, en promedio, hombres con más de 60 años, pocos estudios y nacidos en Buenos Aires…pocos tienen doctorados y maestrías…” sobre una muestra de doscientos veinte casos.

Estos resultados operaron como disparador para formularnos una serie de preguntas que consideramos pertinentes en este momento en que la educación y en particular la educación superior sufre todo tipo de desafíos.

Lo primero es preguntarnos ¿cuál es la relación entre el mundo del saber y el mundo del hacer en nuestras universidades? A tenor de los datos, alcanzar los más altos niveles de formación profesional no es una condición necesaria para ocupar los más altos niveles en el mundo empresario. Como dice el mismo informe “los doctorados en Argentina están más asociados a la carrera académica que a la carrera empresaria” Al “saber para saber” que al “saber para hacer”. ¿Lo estará en el futuro?

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Ese es el gran desafío que hoy enfrenta la Universidad. ¿Se abre al mundo o mantiene su aislamiento? Por supuesto que esto depende de las distintas carreras y del modelo académico institucional de cada universidad.

Tampoco significa negar que existen esfuerzos para tender puentes cada vez más sólidos entre ambos mundos. Pero todavía subsiste un cierto elitismo intelectual en algunos lugares que entiende que la aplicación práctica de los conocimientos degrada a esos mismos conocimientos.

Le cuesta asimilar la idea de que la aplicación práctica de los conocimientos es a su vez fuente de nuevos conocimientos. Enriquece, no degrada. Esto ocurre con más frecuencia en el campo de las ciencias sociales donde la práctica profesional ocupa muy poco lugar en la curricula, cuando no termina siendo un abordaje teórico más. Se le “enseña” al alumno qué puede hacer en la práctica en lugar brindarle una oportunidad para que “se forme desde la práctica”.

'¿Donde se enseña a pensar?' se preguntaba hace unos años el filósofo Tomás Abraham"

En una nota publicada por Eduardo Cazenave, Director del Instituto Tecnológico Renault, se sostiene que “el modelo pedagógico no ha cambiado desde hace cientos de años… el profesor habla, los alumnos escuchan y toman nota. Después de varias clases, realizan un examen y a cambio reciben una calificación. Y así una y otra vez y volvemos a empezar. Ya sea presencial o virtual, el método es el mismo, a pesar de que los alumnos no son los mismos y el mundo no es el mismo”.

¿Donde se enseña a pensar?” se preguntaba hace unos años el filósofo Tomás Abraham.

¿Tomaremos conciencia de que, como dice Adrián Paenza, “primero están los “problemas y después viene la teoría que, en el mejor de los casos, ayuda a resolverlos”?

¿Nos mostraremos indiferentes frente al crecimiento de las universidades corporativas que ya suman miles en todo el mundo porque las empresas, en un contexto altamente competitivo y sumergido en un desarrollo tecnológico cada vez más veloz, no pueden seguir esperando que las universidades tradicionales les brinden los recursos humanos que necesitan?

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Las universidades corporativas, en muchos casos no son meros institutos de capacitación, sino verdaderas instituciones educativas de nivel superior con todo lo que hace a su estructura y organización: sus objetivos, sus orientaciones disciplinarias, sus planes de estudio, sus materias, y sus formas de calificación, promoción y egreso. La única diferencia es que no están sujetas a ningún régimen estatal que regule su funcionamiento, ni sus títulos tienen reconocimiento oficial. Pero esto importa cada vez menos.

Si pretendemos sobrevivir tenemos que flexibilizar los planes de estudio para que puedan adaptarse con más facilidad a las demandas presentes y futuras, sin por eso descuidar lo esencial de cada disciplina.

Abordar la teoría desde la práctica y la practica desde la teoría. Incorporar los avances tecnológicos al trabajo en el aula, como un modo de achicar la grieta generacional entre docentes y alumnos.

Ocuparnos más del aprendizaje que de la enseñanza y colocar al alumno en el lugar del protagonista de su propio aprendizaje. Estimular la imaginación y el pensamiento crítico para terminar con un enciclopedismo vetusto y paralizante, y sobre todo poner el foco en el planteo de problemas y la búsqueda de soluciones.

En síntesis, enseñar a pensar.

Como dice Cazenave “Las escuelas del presente debemos ser hoy las escuelas del futuro, de lo contrario estaremos formando alumnos para el pasado”

*Mg., Facultad de Ciencias Sociales, Educación y Comunicación de la Universidad del Salvador

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