Días atrás, Argentina recibió una noticia relativamente poco difundida para su relevancia económica: una minera descubrió un gigantesco yacimiento en San Juan con recursos medidos de 13 millones de toneladas de cobre que lo colocaban entre los 10 principales del mundo.
El camino que ha seguido la tecnología y el giro mundial hacia una necesaria transición energética ha puesto al cobre, a la par de otros minerales y “tierras raras”, en lo más alto del podio de las materias primas estratégicas que demanda el planeta en este siglo. Un escenario que nos remite inmediatamente a la figura del “granero del siglo”.
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Como explica en Efecto Mariposa el profesor argentino Carlos Quenan, académico de la Sorbonne-Nouvelle y asesor en educación del gobierno de Francia, este tipo de descubrimientos pone nuevamente a la Argentina frente a un antiguo desafío: cómo sacar provecho de sus enormes recursos naturales. O cómo pasar del simple crecimiento al verdadero desarrollo.
“Hay que aprender del último superciclo de las materias primas, desde el comienzo de los 2000 hasta que implicó grandes ganancias pero dejó muy poco: cuando terminó, se desinfló el crecimiento”, recuerda Quenan. Es decir, perdimos la ocasión de convertirlo en palanca de un postergado proceso de desarrollo industrial y tecnológico del país.
La disputa global por todo tipo de minerales estratégicos a nivel de grandes potencias tiene un denominador común: asociar recursos naturales con investigación, industria y tecnología, con una orientación del Estado que incorpore a la inversión privada. De lo contrario, en la búsqueda de una ansiada soberanía económica, vamos a convertir nuestras bendiciones naturales en nuevas y amargas maldiciones.