OPINIóN
La verdadera batalla cultural

Los dos Eternautas

En medio de la fría nevada del individualismo, la vigencia de la “historia” -más que “historieta”- de “El eternauta” nos rescata como sociedad: hay una herencia cultural viva, pero ante todo, la empatía no murió entre los argentinos. Nadie se salva solo.

El Eternauta
El Eternauta | Netflix

Desde el estreno de su adaptación televisiva el pasado 30 de abril, existen en nuestro mundo al menos dos Eternautas: el que apareció en la historieta publicada en la revista Hora Cero Semanal entre 1957 y 1959, y el que nos llega en este 2025 a través de Netflix, interpretado nada menos que por Ricardo Darín. Por supuesto, la referencia no apunta solamente a los dos protagonistas, sino también a las dos historias que se tejen en torno a ellos.

La coexistencia en un mismo tiempo y espacio de estos dos Eternautas podría suponer cierta tirantez, pues poco o nada costaría dejarse llevar por la tentación de enfrentarlos para establecer entre ellos el juego de las siete diferencias. En ese marco, podría señalarse que mientras el Juan Salvo original ronda los 30 años y está felizmente casado con Elena, el personaje que encarna Darín ronda los 60 y está divorciado de la madre de su hija.

Algunas escenas memorables de la novela gráfica como la batalla del Estadio Monumental brillan por su ausencia –al menos, en los capítulos que hasta ahora hemos podido ver–. En la versión de Netflix, los personajes femeninos tienen un peso mucho mayor. Además, la serie mezcla elementos de El Eternauta y de El Eternauta Segunda parte, cuando se trata de dos obras muy disímiles, separadas por casi 20 años; la primera muy convencional desde lo narrativo, la segunda, mucho más onírica ypsicodélica.

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El Eternauta I versión Breccia
El Eternauta, con las ilustraciones de Alberto Breccia, no tuvo éxito cuando se publicó en Gente (1969).

Este listado bien podría alcanzar para indignar a los lectores de la historieta original, aquellos que fueron infantes hacia fines de la década del 50 y comienzos de la década del 60, esos que contaban los días que faltaban para la aparición de los nuevos números de las revistas y salían corriendo del colegio para llegar a los kioscos antes de que se agotaran los ejemplares de Hora Cero, Misterix o El Tony.

Mientras el Juan Salvo original ronda los 30 años y está felizmente casado con Elena, el personaje que encarna Darín ronda los 60 y está divorciado de la madre de su hija"

Pero también se cuentan dentro de ese grupo de eventuales exasperados aquellos que recibieron El Eternauta como una suerte de herencia cultural de manos de sus padres, tíos o abuelos, lo leyeron con curiosidad expectante y lo aprovecharon para expandir los horizontes de su imaginación.

El Eternauta
El Eternauta, en la nueva versión de Bruno Stagnaro.

Lo que subyace a ese potencial resentimiento es el problema de la adaptación. Este problema por cierto irresoluble puede ilustrarse con un sinfín de ejemplos situados en esa porosa frontera que separa lo literario y lo cinematográfico.

Como bien enseñaba Darwin, no hay adaptación posible sin transformación obligada"

Pregunte a un lector de Stephen King qué opina sobre la adaptación que Stanley Kubrick hizo de El Resplandor, o a un lector de Francis Scott Fitzgerald qué le pareció la adaptación que Baz Luhrmann hizo de El gran Gatsby. Para ejemplos más extremos, busque algún literato que pondere a Orgullo y Prejuicio, la novela de Jane Austen, como una de las más importantes obras literarias de la época gregoriana, y pregúntele qué sensaciones le suscitó la película Orgullo, Prejuicio y Zombies.

Las respuestas serán muy similares y expresarán con mayor o menor grado de estridencia una disconformidad motivada por la falta de fidelidad de la adaptación para con la obra original, casi como si se tratara de una acción llevada a cabo con mala fe. Pero esa indignación pierde sustento cuando se considera que, como bien enseñaba Darwin, no hay adaptación posible sin transformación obligada.

La trágica historia de Héctor Oesterheld el autor de El Eternauta: su desaparición y la de sus 4 hijas

“Lo que hicimos fue tratar de capturar el espíritu, las atmósferas, la estética y los lugares del cómic, pero sin seguir necesariamente la cronología planteada allí”, afirmó en una entrevista reciente Bruno Stagnaro, el director de la serie. Y agregó: “La principal lealtad es hacia el corazón de la historia, haber sido honestos en las decisiones en relación con eso”.

Las palabras de Stagnaro expresan la cuestión con elegante sutileza: lealtad y fidelidad no son sinónimos. Adaptar una obra equivale a desplazarla de su contexto, de su formato y también de sus contenidos, porque éstos no pueden subsistir incólumes si todos los demás elementos cambian (la forma también es el contenido).

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Si en el plano artístico lo contrario de la fidelidad es la libertad, toda adaptación es libre y nunca hay mala fe. Lo que puede haber, en todo caso, son malos resultados. Pero esos resultados serán malos o buenos por sí mismos, y no en virtud de lo que la adaptación perdió o ganó respecto de la versión original, registro que algunos creen poder establecer como si se tratara de un ejercicio contable.

Tras hacer a un lado esos balances estériles aparece otra forma de aprovechar la potencia que, en tanto suceso artístico, encierra el estreno de El Eternauta.

Salvando las distancias, esa otra forma resulta comparable con la sana tendencia instalada a partir de los éxitos que la selección argentina de fútbol acumuló durante los últimos años, tendencia que invita a reemplazar la disyunción “Maradona o Messi” por la conjunción “Maradona y Messi”: Que los más jóvenes se admiren con los videos de Maradona que puedan encontrar en Youtube, y que los más viejos no sientan culpa de elogiar las destrezas de Messi, ni de volver a emocionarse con éste como supieron hacerlo con aquél.

Algo bastante similar podría pasar con los dos Eternautas. No hay por qué elegir entre uno u otro.

Sería maravilloso que quien se haya sentido atraído por el relato televisivo, decida luego asomarse a la historieta. Sería igualmente maravilloso que quien recuerde con cariño la historieta no pueda resistirse a la serie y sepa encontrar en ella viejos guiños para nuevos aportes. Y que ambos puedan disfrutar de una versión y de la otra en ese terreno híbrido, ese terreno donde ya no habrá original ni adaptación, sino distintas capas de un mismo hecho artístico.

Aquel mensaje que supo ser sumamente significativo a fines de la década de 1950, en plena Revolución Libertadora, y que seguramente lo sea mucho más en este siglo XXI que nos toca recorrer: nadie se salva sólo"

Hecho Artístico, sí. Pero sin dudas también político. Pues la efectiva relevancia de El Eternauta se comprende cuando esa historia, en cualquiera de sus versiones, alcanza a funcionar como caja de resonancia de aquel mensaje que supo ser sumamente significativo a fines de la década de 1950, en plena Revolución Libertadora, y que seguramente lo sea mucho más en este siglo XXI que nos toca recorrer: nadie se salva sólo.

“El héroe verdadero de El Eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir íntimo: el único héroe válido es el héroe ‘en grupo’, nunca el héroe individual, el héroe solo”, escribe en 1975 Héctor Germán Oesterheld, creador del Eternauta y militante desaparecido por la última Dictadura Cívico-Militar al igual que sus cuatro hijas, dos de ellas embarazadas, y tres de sus yernos.

La actualización de El Eternauta muestra que sigue siendo una historia viva, en ebullición. En su carácter transgerenacional se afirma la persistencia de sentidos sociales fundamentales como la empatía, la solidaridad y la responsabilidad.

A pesar de lo que muchos alienígenas preferirían, esos sentidos hoy todavía subsisten, como llamitas en medio de la nevada de individualismo que mata todo lo que toca.

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