El 20 de mayo pasado cumplió 89 años y hoy lo estamos despidiendo. Bien o mal vivida, la vida no perdona, pero lo cierto es que la ausencia del ex presidente de Uruguay Pepe Mujica, que acaba de morir, conmociona en todo el continente y más allá del Cono Sur.
Si Pablo Neruda no hubiera escrito Confieso que he vivido, lo cierto es que José Alberto Mujica Cordano, Pepe Mujica, hubiera podido al menos rubricarlo. No fue lo suyo tanto la poesía sino más bien la épica, la prosa convertida en acción. O tal vez deberíamos corregir un fonema: la ética, que si aún no alcanzó el rango de género literario algún día debería lograrlo.
El ex 40° presidente de Uruguay (2010-2015) precedió y sucedió a Tabaré Vázquez, fue agricultor, líder del Movimiento de Participación Popular, guerrillero del Movimiento de Liberación Popular Tupamaros. Más que berretín rojo, la izquierda fue una convicción que lo llevó a la cárcel cuatro veces; en dos oportunidades, pudo huir de la cárcel de Punta Carretas, en Montevideo. Pero la última, durante 12 años, entre 1972 y 1984, fue la peor: por robo, homicidio y falsificación de identidad, aunque nunca se le pudieron probar cargos ni justificar su detención.
Pertenezco a una generación que quiso cambiar el mundo, fui aplastado, derrotado, pulverizado, pero sigo soñando que vale la pena"
En enfrentamientos armados anteriores, su participación había sido más evidente, al menos seis heridas de bala lo atestiguaban además del –contado por él mismo- asalto a un banco, al mejor estilo La casa de papel y la “amistad con una rana“, mientras permanecía escondido para que no lo descubrieran.
Podría decirse al menos que tanta oscuridad le dejó una flor, Lucía Topolansky, correligionaria, amor y falsificadora “profesional”, con quien se casó recién en 2005 para compartir legalmente la casa de antes, con techo de zinc, crisantemos y un perro rengo; y una enorme afición: la de payador. Pero no con guitarra sino con la simple vibración de sus cuerdas más sentidas, las afinadas por el paso y el peso de los años, como siempre sucede.
“Pertenezco a una generación que quiso cambiar el mundo, fui aplastado, derrotado, pulverizado, pero sigo soñando que vale la pena luchar para que la gente pueda vivir un poco mejor y con un mayor sentido de la igualdad”, dijo una vez revisando su pasado.
En las últimas décadas, daba gusto escucharlo. Dar lecciones simples, aunque no se las pidieran; predicar con el ejemplo, aunque empequeñeciera a su entorno, lo distinguía del resto de los mandatarios.
Para los turistas no era nada extraño verlo en cualquier restaurante de Colonia, pagando con billetera propia, como un comensal más, sentado casi siempre con su esposa, sin custodia; o desparramando saludos a diestra y siniestra desde su Volkswagen ’81 por alguna calle de Montevideo (vivía en las afueras, por el Rincón del Cerro). La sencillez era lo suyo y su personalidad, atrapante.
“No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje, vivir con lo justo para que las cosas no me roben la libertad", solía explicar de esta y otras maneras similares.
Tanto que hasta se dijo que era "el jefe de Estado más humilde del mundo". El 70% de sus ingresos como ex presidente (unos US$ 7.000) lo donaba a organizaciones benéficas y a pequeños emprendedores; otro porcentaje, para su bandera política “porque le debo a mi partido lo que soy”.
“El libro es el invento más grande del hombre. Lástima que la gente lee poco, no tiene tiempo”
Y ya se piensa que sus críticas al lujo y el capitalismo algo bueno al fin de cuentas debían tener, ya que la mayor publicación británica sobre educación superior, Times Higher Education, en 2015 lo bautizó el "presidente filósofo".
¿Pensarían, como Platón, que el rey filósofo –o cualquier mandatario- tiene el deber moral de regresar al llano y compartir con el pueblo esa luz de la razón que lo bendijo con sus conocimientos? Sí, es probable.
“El libro es el invento más grande del hombre. Lástima que la gente lee poco, no tiene tiempo”, dijo él que tantos años en la cárcel debió acostumbrarse a conversar consigo mismo.
Pepe Mujica y la felicidad
Para conocer a las personas, no hay nada mejor que escuchar.
Hace 4 años, Mujica tiró su teléfono celular, porque ya no servía para comunicar. Había reemplazado las palabras, las conversaciones auténticas, las visitas, los gestos. Prefirió el tractor al que se sube cuando tiene ganas de ir a ver por dónde han cavado sus nidos nuevos los horneros. Supo que la vida es otra cosa.
“Dicen que la gente que trota por la rambla, llega un punto en el que entra en una especie de éxtasis donde ya no existe el cansancio y sólo le queda el placer. Creo que con el conocimiento y la cultura pasa lo mismo. Llega un punto donde estudiar, o investigar, o aprender, ya no es un esfuerzo y es puro disfrute”, dijo una vez, pero la cosa no quedó ahí.
“¡Qué bueno sería que estos manjares estuvieran a disposición de mucha gente! Qué bueno sería, si en la canasta de la calidad de la vida que el Uruguay puede ofrecer a su gente, hubiera una buena cantidad de consumos intelectuales”, agregó.
“No porque sea elegante sino porque es placentero. Porque se disfruta, con la misma intensidad con la que se puede disfrutar un plato de tallarines”, comparó.
“¡No hay una lista obligatoria de las cosas que nos hacen felices! Algunos pueden pensar que el mundo ideal es un lugar repleto de shopping centers. En ese mundo la gente es feliz porque todos pueden salir llenos de bolsas de ropa nueva y de cajas de electrodomésticos. No tengo nada contra esa visión, sólo digo que no es la única posible.
“Digo que también podemos pensar un país donde la gente elige arreglar las cosas en lugar de tirarlas, elige un auto chico en lugar de un auto grande, elige abrigarse en lugar de subir la calefacción.
“Despilfarrar no es lo que hacen las sociedades más maduras. Vayan a Holanda y vean las ciudades repletas de bicicletas. Allí se van a dar cuenta de que el consumismo no es la elección de la verdadera aristocracia de la humanidad. Es la elección de los noveleros y los frívolos.
“Los holandeses andan en bicicleta, las usan para ir a trabajar pero también para ir a los conciertos o a los parques. Porque han llegado a un nivel en el que su felicidad cotidiana se alimenta tanto de consumos materiales como intelectuales”, resumió Pepe Mujica que de joven fue ciclista profesional y compitió para varios clubes.
“Así que amigos, vayan y contagien el placer por el conocimiento”, cerró antes de hacer silencio.
Pepe Mujica, hoz y martillo
Como se supo, Mujica vivió siempre lejos de los lujos, y aunque lo era, no se sentía importante. La parecía que incluso el sistema presidencialista tenía resabios culturales del feudalismo: la alfombra roja, los autos blindados, el protocolo, la salva de cañones. “Una vez fui a Alemania. Me meten en un Mercedes-Benz. La puerta pesaba como 3000 kilos. Me ponen 40 motos atrás y otras 40 adelante. ¡Una vergüenza tenía! Tienen una casa para el presidente. De cuatro pisos. Para tomar un té tenes que caminar tres cuadras. Inútiles. Sería bueno para hacer un liceo” dijo en una de las últimas entrevistas que concedió a The New York Times.
La parecía que incluso el sistema presidencialista tenía resabios culturales del feudalismo: la alfombra roja, los autos blindados, el protocolo, la salva de cañones"
Sin embargo, supo calibrar la importancia de la llegada del mundo digital. El, que se había criado con la radio, vio nacer la televisión, los satélites, los celulares y tantas otras maravillas que lo dejaban boquiabierto “como los que vieron el fuego por primera vez”.
Sin embargo no se dejó abrumar. “Necesitamos que todos los uruguayos y sobre todo los uruguayitos sepan nadar en ese torrente. Lo conseguiremos si nuestros chiquilines saben razonar en orden y saben hacerse las preguntas que valen la pena. Es como una carrera en dos pistas, allá arriba en el mundo, el océano de información; acá abajo, preparándonos para la navegación transatlántica”, vislumbró y aceleró luego de una pausa.
“Escuelas de tiempo completo, facultades en el interior, enseñanza terciaria masificada. Y probablemente inglés desde el prescolar en la enseñanza pública. Porque el inglés no es el idioma que hablan los yanquis, es el idioma con el que los chinos se entienden con el mundo”
Los jóvenes le preocupaban, porque entendía que el mundo nuevo no simplificaba la vida, sino la complicaba. Por eso, aunque no estaba a favor de liberar el consumo de marihuana, lo hizo.
“No es bonito legalizar la marihuana, pero peor es regalar gente al narco. La única adicción saludable es la del amor". Bajo su presidencia, en 2013, Uruguay se convirtió en el primer país del mundo en legalizar la marihuana, ya que buscaba reducir el poder del narcotráfico y promover políticas de salud pública. La posesión ya había sido despenalizada en 1974, pero 20 millones de dólares llegaban cada año al bolsillo insaciable del narcotráfico y se temían consecuencias en el tejido social.
Mujica habló con The New York Times y dijo estar "deshecho" por el tratamiento contra el cáncer
En la misma dirección apuntaron otras dos medidas: adelantándose 8 años a nuestro país, la interrupción voluntaria del embarazo (2012) que no sería punible en las 12 primeras doce semanas de gestación (14 en caso de violación); y, en 2013, (imitando el ejemplo argentino de 2010): permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Y ambas medidas las explicó así de fácil: “Legalizando e interviniendo, se puede lograr que muchas mujeres retrocedan en su decisión, sobre todo aquellas en los sectores más humildes o quienes están solas", dijo en relación al aborto.
“El matrimonio gay es más viejo que el mundo. Tuvimos a Julio César, Alejandro el Grande. Dicen que es moderno y es más antiguo que todos nosotros. Es una realidad objetiva. Existe. No legalizarlo sería torturar a las personas inútilmente", explicó al pronunciarse a favor del matrimonio con igualdad de género.
En los últimos meses, tal vez por el volantazo que significó la radioterapia, su mirada había cambiado: “Yo no pego en el mundo de hoy” solía repetir a quienes iban a verlo. Y su ateísmo, sin dejar de serlo, recobraba la prudencia: “el 60 por ciento de la humanidad cree en algo y hay que respetarlo. Es que hay preguntas sin respuestas. ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿De dónde venimos, a dónde vamos? No nos resignamos a que somos una hormiga en la infinitud del universo. Necesitamos la esperanza de Dios porque quisiéramos vivir”.