Señores pasajeros de este bondi a ninguna parte, buenas tardes. Como en cada año electoral, cuando se les cae el bozal a los inefables perros de la política, necesitados todos de evacuar los odios contenidos con el único fin de seguir existiendo, figurando, tener banca, morder en un negocio, conseguir un voto, o un puntito más de rating, los ciudadanos convocados por la Arcada Social Comunitaria (Asco), promueven el reparto gratuito de “bolsitas para todos”.
No de esas negras, tamaño consorcio, que pueden dar lugar a sospechas sobre las verdaderas intenciones de los que prometen cualquiera. De las más chicas, las transparentes. Las que resultaron tan útiles para quienes sacan sus mascotas a pasear. ¿Qué otra acción pública recuerdan en la que una mayoría de vecinos, casi desconocidos entre sí, cumple de forma voluntaria con el cuidado del ambiente sin obligación, sin que nadie controle, imponga, ni amenace?
Su perro, su mierda. Esperan que elija adónde. Que decida cuándo. Le dan tiempo. También aliento si se demora. Vamos, vos podés. El animal agradece el tono amoroso de la voz. Mira con cierta melancolía. Se contrae sobre sus patas traseras. Hace. Si todo sale bien, consistente, normal, los dueños aprueban, felicitan. Se enguantan la mano con la bolsita. Recogen. La dan vuelta como una media. Hacen un nudo. Llevan el paquetito al contenedor que corresponde.
Adaptada al uso humano, –su vida, su mierda– la bolsita es necesaria hasta para quien expulsa los gases malolientes de su pasado en solitario, sin cagar a pedos a otros por los errores que cometió. Mientras revisa aquello que hecho, hecho está, un ciudadano decente es capaz de reconocer que no hace bien empacharse con tanta grasa de discursos en cadena nacional, ni tragarse sin pensar, veinte verdades fritas todas juntas, más semejante cantidad de consignas vencidas. No hay cuerpo social que aguante.
Aun cuando con la mejor buena voluntad de soltar, limpiar, tirar, no descargue en los demás los retorcijones de la mala entraña que finalmente logra sacarse de adentro, aunque sea con sangre, al convencido de que debe cambiar, cuidarse un poco más, le será imposible atravesar el día sin escuchar, ver, leer, oler, las cosas que se dicen. Al caer la noche será un Quico más con las dos pelotas hinchadas en las mejillas que pide al Chavo: “cállate, cállate, que me desesperas”.
Cuando los candidatos, sin distinción de partido, raza, sexo, collar, se le suelta la correa, muestran los dientes, se afilan las uñas en el cuero de las bancas, clavan los colmillos en los sillones que ocupan, gotean la baba de una ambición desmedida, enseguida se les nota la codicia que les espuma la boca. Una aplicación de reconocimiento facial podría detectar a los que en una entrevista están a punto de desgraciarse, para acercarles la bolsita en la que depositar sus miserias. En otros casos, hay que simular un encuentro casual.
Sale Milei de la Casa Rosada. Sonríe. Baja la ventanilla del auto. Se le entrega una bolsita. Aclara que no la necesita porque el canil de Olivos tiene personal de limpieza al que se le paga para eso. Aparece Luli Ofman, grita: “¡con la tuya contribuyente!”. Milei se brota. “Basura”, “rata”, “idiota”, “imbécil”, “ensobrado”, “pedófilo”, “sorete”. Cuando se logra callarlo, le explican que la bolsita, en realidad, es para él. Su vida, su mierda señor. Se brota nuevamente. El auto se aleja. Milei arroja billetes por la ventanilla, pesos que son como “excremento”.
¡Sí, sí, ya estoy con ustedes, señores. También con usted, señora. A la rubia, la de la boca de tiburón, llena de dientes, que amenaza con tragarse a la canosa de al lado le digo. Tranquila, no desespere. Todo llega. Algún día, también la Justicia. Seguimos entregando por acá. Tengan una bolsita siempre a mano. Recuerden que la superstición no se cumple. Es pura fábula. Las consecuencias de lo que han hecho están a la vista.
Si de verdad fuera cierto que pisar mierda trae suerte, ¡saben qué país sería éste!
*Escritor y periodista.